martes, 14 de marzo de 2017

Elogio a la tabla del uno - Floridor Pérez

Fue la antigua clase de Aritmética la
que me dio, antes que nadie, un
sentido de identidad: (1 x 1 = 1): "uno por
uno es igual a uno". -No a otro- a uno. (1
x 2 = 2): uno por dos es dos: algunas parejas no
entienden esto y se dividen. Otras lo entienden y
se multiplican: ¡uno más una son tres! La multiplicación
-me explicó mi profesora primaria- es una
suma abreviada. Y qué mal leyó eso el teórico que
en un tratado de Retórica escribió: "la metáfora es
una comparación abreviada". Qué manera de
restarle significación a las tablas de
multiplicar el lenguaje. Mucho,
muchísimo tiempo después, la
campana me exilió del recreo a una
clase de Filosofía. Repicaba la lluvia
en el tejado y en mi cabeza repicó
Parménides: "lo uno se opone a lo
múltiple, que es el reino de la ilusión
y la opinión". ¿Y qué sería de uno si
no pudiera sumarse a la multitud a
gritar su opinión y su ilusión? Es
precisamente lo que uno hace, según
Enrique Santos Discépolo: Uno busca
lleno de esperanzas / el camino que
los sueños / prometieron a sus
ansias... Cierto es que ya Platón le
complicaba las cosas a Parménides:
"Si lo uno es y no es, lo uno es
también otro". Le gustó eso a Borges
y lo elevó a título de libro: El otro, el
mismo. Y dado como era a extremar
las cosas, nuestro Juan Luis
Martínez, en Poemas del otro, dirá:
"No solo ser otro sino escribir la obra de otro”.
Pero ¿qué hago tan lejos de mi tabla del uno? Vuelvo a ella:
"Uno por uno es uno". Uno -por uno- es uno. Por uno, uno es
uno. Aunque también uno es uno por otros, desde la profesora
de primeras letras que -en alguna tarea que tal vez uno olvidó
hacer- nos dio aquella primera y gran lección de identidad.

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