lunes, 24 de agosto de 2015

Ayer te besé en los labios...

Ayer te besé en los labios. 
Te besé en los labios. Densos, 
rojos. Fue un beso tan corto, 
que duró más que un relámpago, 
que un milagro, más. El tiempo 
después de dártelo 
no lo quise para nada ya, 
para nada 
lo había querido antes. 
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso; 
estoy solo con mis labios. 
Los pongo 
no en tu boca, no, ya no... 
-¿Adónde se me ha escapado?-. 
Los pongo  
en el beso que te di 
ayer, en las bocas juntas 
del beso que se besaron. 
Y dura este beso más 
que el silencio, que la luz. 
Porque ya no es una carne 
ni una boca lo que beso, 
que se escapa, que me huye. 
No. 
Te estoy besando más lejos.

-Pedro Salinas

lunes, 3 de agosto de 2015

Bipolaridad

Encontrarte con cosas que escribiste hace más de cuatro años y sorprenderte de vos misma.

Abril de 1718, Saint-Domingue, Cuba. 
La doncella Camile descendía apresuradamente las escalinatas de la casona. Sus risos dorados bailaban con la suave brisa de la primavera. Su risa, similar al sonido de unas campanillas tintineando, se oía en todo el jardín. Un suave brillo en sus ojos delataba la felicidad que en ese momento la invadía. Las ansias de gritar el nombre de aquella persona que descendía en ese mismo instante del carruaje, ese carruaje que reconocería en cualquier sitio, eran suavizadas por los mandatos sociales que aplicaban a una joven muchacha.
—Oh pequeña, no sabes cuánto te he extrañado en este extenso viaje, la próxima vez, querida mía, me acompañaras.— Pronunció William mientras abrazaba a Camile, su pequeña hija había crecido al menos diez centímetros desde la última vez que habían estado juntos, hacia ya poco más de cinco años.- ¿Cómo ha estado tu madre?- Inquirió, cambiando ese semblante tranquilo por uno que transmitía preocupación.