miércoles, 4 de mayo de 2016

Negro. Todo estaba negro. 
La oscuridad era parte de la tortura, del castigo que le habían concedido cortésmente. Ni un ápice de luz había visto en los últimos años, ni un mísero rayo de luz había cruzado por sus pupilas. No veía nada, porque no hay ojo que se pueda acostumbrar a la oscuridad total, siendo rehén varios metros debajo de suelo, sin ni una ventana, ni una milla, nada para sentirse con vida, tan sólo su recuerdo. 
Negro. Todo estaba negro.
Allí abajo se perdía la noción del tiempo, no saber si ha pasado un minuto, una hora o un día, no tener manera de comprobar el paso del tiempo, de comprobar cuánto falta para que te suelten, también era parte de la tortura. 
Negro. Todo estaba negro.
El silencio inundaba todo, hace años que no escuchaba sonido alguno, ni siquiera un sonidito, nada. En su juventud solía pensar en los oxímoros y su contradicción, pero hoy no encontraba una expresión tan exacta, abrumadora, como la de “silencio ensordecedor”.
Negro. Todo estaba negro.
De esa negrura que te absorbe, que se abre paso por tu cuerpo, por tu mente, hasta llegar a tu alma. De esa negrura que descompone, que marea. De esa negrura que te cambia, para siempre.
Negro. Todo estaba negro. 
Salvo su recuerdo. En su recuerdo había luz, vida. Su recuerdo lo mantenía con vida.
Negro. Todo estaba negro. Pero había sonido, lo habían venido a buscar. Lo subieron al ascensor y la puerta se abrió. La luz le lastimó los ojos, aunque era una luz apagada. El sonido rozó sus orejas y poco a poco fué recuperando la vida. Habían pasado años desde que había visto la luz del sol y se veía libre, increíblemente libre de aquel calabozo. Se ajustó la corbata, se enderezó y se aventuró hacia la puerta de salida.
Allí, con una sonrisa de oreja a oreja, lo esperaba ella. Sus ojos café brillaban de emoción, sus mejillas rojas por el sol le recordaban a su primer encuentro y, sin dudarlo, corrió hacia aquella mujer, la alzó en vuelo y la sostuvo entre sus brazos mientras lágrimas de felicidad caían por el rostro de ambos. 
Sus labios se encontraron.
Negro. Ya nada era negro.

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